LA CIUDAD DE LOS OLVIDADOS
Una hoja se cayó de un abedul y se fue moviendo entre el frondoso paisaje, mecida por el viento. la hoja siguió moviéndose mientras seguía el compás de éste. Siguió avanzando más y más, hasta que salió del bosque, y se posó en el suelo, completamente yerta. La hoja se quedó inmóvil.
Lejos de ella, el trotar de un caballo hacía temblar la tierra. La arena se iba moviendo cada vez más por el camino que llevaba al bosque, en el que se apreciaba a la entrada, la hoja, colocada estratégica mente por azares del destino, aguardaba como si fuera un guardián impasible a cualquier suceso del exterior. Pero este guardián era frágil, y al pasar por ahí el caballo, la hoja salió dispara para perderse entre la hierba. El caballo, de trote ágil y veloz, avanzó por el camino del bosque. Un bosque, si cabe decir, de una gran hermosura, completamente florecido y con árboles tan altos que impedían que el sol entrase.
Encima del caballo, estaba un jinete de una temprana edad. El joven, iba vestido de harapos: un trapo que hacía pasar por camisa y unos pantalones destrozados por el trabajo. De calzado usaba unas zapatillas que habían sido remendadas. Los antebrazos los llevaba cubiertos de vendas, pero no parecía que tuviese ninguna herida, pues agitaba las riendas del caballo de forma generosa. Y por encima de todo ello, una especie de poncho, de una gran tela, con hermosos encajes. Ésta última prenda, desencajaba con el resto de toda su ropa, pues parecía tejida por las costureras de algún rey o noble. El joven espoleó al caballo para que aumentase su velocidad, y después de unos minutos, acabaron saliendo fuera del bosque.
El paisaje que había en el exterior no se parecía en nada a lo anterior visto. El extenso prado que se veía a la entrada del bosque seguía por unos pocos metros, para dejar pie a la aridez y al olvido. Lo único que ahora se podía entrever era arena.
El joven siguió caminando por el tenue camino, que ahora se diferenciaba débilmente del resto del paisaje, debido a la escasez de vegetación, hasta que en el horizonte se logró diferenciar unas figuras que le hicieron esbozar una sonrisa.
Cuanto más se acercaban el caballo y su jinete, más claras se volvían las figuras, y así, se podía observar que ante el joven se hallaban las ruinas de lo que en su día debió de ser una gran ciudad.
Cuando el joven llego a lo que parecía ser la entrada de ésta, detuvo el caballo, y lo dejó amarrado a una delgada columna de piedra. El muchacho se tomó la libertad de dedicar unos instantes a observar lo que le ofrecía la vista. Las ruinas, completamente desgastadas por la erosión, formaban calles y barrios completamente deshabitados.
El joven camino entre ellos, asombrado por la maravilla de los detalles de las ruinas. Cada trozo de piedra le resultaba más fascinante que el anterior. Siguió caminando hasta que llegó a una plaza, y para su completa sorpresa, encontró a un anciano sentado. La plaza, tenía en el centro una gigantesca fuente de una gran belleza, que en su día debió de ser un autentico espectáculo.
El anciano, que no había percibido la presencia del joven, seguía sentado, absorto, como si no estuviera allí. El joven, completamente fascinado, se dirigió a él.
- Disculpe, buen hombre, busco la ciudad de los olvidados. Más creo que he fallado en mi cometido, pues decían que nadie habitaba las ahora desiertas calles de la ciudad.
El anciano, todavía absorto, tardó unos segundos en reaccionar:
- Todos lo que te alcanza la vista, eso es ahora la ciudad de los olvidados.- El anciano, que llevaba un ojo cubierto con vendas, levantó la cabeza - Y tus rumores son completamente ciertos, la ciudad ha estado siempre vacía.
- ¿Entonces vos no sois un residente de la ciudad?
- Jamás he dicho eso. - Dijo el anciano incorporándose- Yo siempre he vivido aquí, y esta fue la ciudad en la que me crié, pero cuando esta ciudad se metió en la decadencia, yo estaba muy lejos de aquí. Ahora, con media vida completa, lo único que puedo hacer es deambular por estas ya muertas calles que en su día albergaron vida.
El joven, viendo la nostalgia que presentaba el anciano, inclinó la cabeza hacia bajo, intentando replantearse su pregunta.
- Visto esto pues...¿Sería tan amable de responder a mis breves preguntas?
El anciano se llevó una mano a los riñones.
- Dentro de la medida que me sea posible, sí.
Al joven se le dibujó una sonrisa en la cara.
- Bien, bien... La primera, y por deducción la más obvia, sería pues, ¿qué ocurrió con la hermosa ciudad?
El anciano, incorporándose de nuevo, se preparó para desempolvar sus recuerdos.
- Hace ya mucho... Que esta ciudad tomó por decisión aquello que le llevó a a su más profunda miseria. Una decisión, que amparada por los grandes sabios de la ciudad, y aceptada por los ciudadanos, les supuso el olvido.
- Ese punto quería comentar con vos...Ya que usted ha pertenecido a la ciudad, ¿también se olvidó de ella?
- Así es. Como por arte de magia, en un instante todos nos olvidamos de ésta ciudad. De su gente, de dónde vivimos... De todo. Sólo aquellos que nos sentíamos fervientemente unidos a la ciudad, fuimos capaces de entrever unos resquicios de ella, y con gran trabajo, logramos recordarla, a duras penas. Yo he sido la única persona que ha logrado volver aquí.
- Una ciudad desparecida de la noche a la mañana...Por el olvido...
- Pero ahora, cuéntame, joven, cómo es posible que alguien que jamás ha podido oír hablar de éste lugar, ha logrado llegar a tal lugar.
-No se deje engañar por mis apariencias, buen hombre. Este trozo de tela que porto, - Dijo mientras señalaba su singular "poncho"- representa a la casta real. Como supongo que sabréis, el Sumo Monarca se educó en esta ciudad, famosa por ser la cuna de la inteligencia. Y como usted o como cualquiera que supiese de la ciudad, de repente, se olvidó de ella. Veintidós años ha pasado el Monarca recomponiendo en su mente pedazos de un mapa para logar llegar aquí. Hace tres meses que salí de la Ciudad Real, y temía al ver a vos, ésta no fuera la ciudad de los olvidados.
El anciano esbozó una sonrisa.
- No temas, joven, confirmarle a tu rey que ésta es efectivamente la ciudad de los olvidados. Me alegra ver, que al final, dos hombres que terminan sus vidas, se han logrado encontrar por un joven que está emepzando la suya...Ahora, quiero que marches y le comuniques al rey que la ciudad existe, pero que no puedes decirle el rumbo marcado. Guárdatelo para ti, y hazle ese favor a este pobre viejo.
- Dudo que el Monarca acepte eso como respuesta, y lo más probable es que me pregunte qué he encontrado en mi caminar.
-Si el rey te pregunta por qué no puedes decirle la ubicación, le dices que es la tumba de la persona que, junto a ti, encontró al ciudad de los olvidados. Ahora debes de marcharte, joven. Yo debo caminar entre las calles, hasta que cansado de la vida, me tumbe para afrontar la muerte. Y así con los años, las viejas paredes de piedra de ésta ciudad, caigan, como lo hacen los párpados un anciano al morir...Y entonces me entierren con su historia
- Pero cuénteme, ¿cuál es esa decisión que supuso la decadencia de tan hermosa ciudad?
-El querer vivir aislados, joven, sin tener que convivir con ningún otro pueblo. La ciudad pensó que sólo los retrasaba intelectualmente, y así, iniciaron un viaje por separado. Pero pronto observaron que para afrontar los desdichos de la naturaleza, es necesaria la ayuda del prójimo, y defendiendo su idea, fueron olvidados por todos.
El joven, con un gesto de resignación y respeto, se propuso a despedirse del anciano.
-Si vos no tenéis ninguna otra voluntad, entonces me voy.
- Así sea.
Y con el joven rehaciendo el camino ya dado, dirigiéndose hacia su fiel caballo, el anciano deja atrás toda su vida, y él también toma un camino, pero contrario al joven, un camino que lo lleva al interior de la ciudad, para al fin, descansar en paz.
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